La depresión sume a quien la sufre en el dolor y a su entorno en la impotencia. Mientras el enfermo ha perdido cualquier interés por la vida, la gente que está a su lado no sabe qué hacer para que la recupere. Con ayuda profesional se puede superar esta situación y volver a tener una vida normal.
La depresión no es un estado de ánimo. No es una actitud ante las dificultades. Es una enfermedad mental grave. El enfermo está tan metido en sus pensamientos negativos que se despreocupa hasta de las cosas más elementales. Comer, asearse y desde luego ir al trabajo o al centro de estudio.
En algunos casos puede desembocar en enfermedades como la anorexia o la bulimia. Pueden aparecer episodios de autolesión y, si se vuelve más aguda, impulsos suicidas.
Aunque el enfermo está en estado consciente, no es responsable de sus actos. Su actuación, o la falta de ella, está dirigida por la enfermedad. En la actualidad se trata con fármacos antidepresivos, bajo la supervisión de un equipo dirigido por un psiquiatra, y utilizando terapias psicológicas.
¿Qué es la depresión?
La depresión es un trastorno mental caracterizado por un bajo estado de ánimo y sentimientos de tristeza. Va acompañada de una disminución de la vitalidad que limita el nivel de actividad, produciendo un cansancio exagerado, que aparece incluso después de realizar pequeños esfuerzos.
En algunos casos genera sentimientos de culpa, fuerte irritabilidad, perdida de la confianza en uno mismo, trastornos del sueño, pérdida de memoria y la aparición de impulsos suicidas.
Según la Organización Mundial de la Salud (O.M.S.), lo padece un 5% de la población adulta de todo el mundo. En España es una de las patologías más frecuentes en atención primaria, la primera causa de atención psiquiátrica y la principal causa mental de discapacidad.
Cuando una persona experimenta un estado de ánimo deprimido, la mayor parte del día, casi todos los días y durante al menos dos semanas, podemos decir que estamos en los inicios de la enfermedad.
A partir de ese momento, la persona se va aislando del mundo, desatendiendo sus compromisos laborales, sociales, familiares. Hundiéndose cada vez más en sus pensamientos negativos hasta perder todo interés por las cosas que le rodean. Viéndose incapacitado para realizar las tareas más básicas del día a día.
No existe una causa determinante de la depresión. Generalmente, aparece por la interacción de factores biológicos (cambios hormonales, alteración de neurotransmisores cerebrales como la dopamina, la serotonina y la noradrenalina o por factores genéticos). A menudo viene motivado por cambios en el ambiente social en el que el sujeto se desenvuelve (situaciones de estrés laboral, relaciones sentimentales traumáticas, contradicciones no asimiladas, un problema vital que le sobrepasa y no sabe resolver) o como un mecanismo de defensa psicológico ante una amenaza. Es importante analizar cada caso.
A grandes rasgos existen tres tipos de depresión:
- Depresión mayor. Tiene un origen biológico y endógeno. Con una fuerte presencia del componente genético y menos influencia del entorno exterior. Aparece de forma recurrente varias veces al año.
- Depresión reactiva. Surge por una mala adaptación a circunstancias ambientales estresantes o traumáticas.
- Distimia. Es lo que antes se denominaba neurosis depresiva. Tiene una evolución crónica lenta, de más de dos años, en la que va aumentando su intensidad progresivamente. En un primer momento, surgen pensamientos de incapacidad y de baja autoestima, clínicamente parece asintomática. Con el tiempo da lugar a situaciones de somatización y cambios de conducta. Está relacionada con situaciones de estrés prolongado.
Efectos.
Según la revista Fairview la depresión afecta tanto al cuerpo como a la mente. Las sustancias del cerebro no solo alteran nuestro estado de ánimo, sino que tienen repercusión sobre el organismo. Por eso, un enfermo de depresión no solo se siente triste, también se encuentra físicamente cansado.
Está comprobado que la depresión dificulta ciertas funciones mentales como la concentración, la memoria o la facultad de tomar decisiones. Produce en el sujeto nerviosismo e inquietud, y provoca problemas para conciliar el sueño o hace que se duerma demasiado.
La depresión provoca dolores de cabeza, dolores de estómago, disminuye el apetito, la libido y termina dejando el cuerpo sin energía.
Se sabe que algunas enfermedades orgánicas crónicas como el Parkinson o la tuberculosis pueden generar casos de depresión. Ciertos estudios médicos establecen que las personas que sufren depresión son más propensas a contraer otras enfermedades. Tiene su lógica. El enfermo no se cuida, lo que hace que tenga las defensas de su organismo bajo mínimos y, por tanto, sea físicamente más vulnerable.
Sea la enfermedad la que provoque la depresión, o la depresión la que propicie la enfermedad, está claro que cuerpo y mente están interrelacionados.
El enfoque Gestalt.
En la terapia psicológica Gestalt no se habla de diagnósticos clínicos, sino de cómo nos sentimos y que hacemos con ello. Se trata de cambiar el enfoque que le damos al dolor para evitar un mayor sufrimiento. El enfermo pasa gran parte del día compadeciéndose, preguntándose ¿por qué me pasa a mí esto?, o rechazando la enfermedad. Un gasto de energía que no hace otra cosa que generar malestar. Los terapeutas del Gabinete psicológico Psi opinan que lo que hay que hacer es asumir la situación, ver como reconducirla y romper ese bucle mental.
La terapia Gestalt surge en la década de los 40 del siglo pasado a partir de los estudios realizados por psicoanalista alemán Fritz Perls y su esposa, la psicóloga Laura Perls. Establecen que los cambios psicológicos se producen principalmente por factores internos y no externos. Y que la clave del cambio está en conocerse así mismo, sin intentar cambiarse. Asumir como es uno en realidad, hacerse responsable de sus actos y, desde ahí, cambiar como nos relacionamos con el entorno.
En este tipo de terapia no se trata de buscar trucos para evitar el dolor o no pensar en él. En una enfermedad como la depresión, el dolor está ahí. Se trata de hacer que no condicione la vida. Un reto por parte del enfermo que se traduce en superar el estado de ánimo depresivo.
Estas terapias parten de tomar conciencia del momento presente. De aprender a no juzgar lo que nos pasa, ¿si es justo o no es justo?, ¿y si no hubiera hecho esto o aquello? Aprender a aceptar la realidad emocional del momento. Recuperar la conexión con las emociones, aprender a vivirlas de forma sana. Permitir que el cuerpo pueda expresarse y soltar las cargas que nos atormentan. Recuperar la confianza en la vida y aprender a aceptarla. Y apoyarnos en la gente que está a nuestro lado.
Se puede salir de la depresión.
Uno de los problemas que tiene la gente que sufre depresión es pensar que lo que les sucede es algo exclusivo. Que les pasa solo a ellos. Mucha gente ha pasado por momentos como los que él está pasando y ha conseguido salir, y llevar una vida normal.
Otros lo ven como una montaña insalvable. Piensan que están solos y que se han sumergido en un pozo del que no podrán salir. No es cierto. Todos tenemos gente a nuestro alrededor. Personas que se preocupan por nosotros. Que nos pueden acompañar en el camino o que han pasado por experiencias similares de las que podemos extraer conclusiones.
Tal vez la gente que nos quiere ayudar no haga exactamente lo que a nosotros nos gustaría, que no cubra nuestras expectativas. Da igual. Están ahí y hay que aceptar su apoyo.
Es posible que la depresión fuera causada por algo que sucedió en el pasado. Por mucho que nos lamentemos no lo vamos a cambiar. Si la relación que produjo la enfermedad, traumática, tóxica, como lo queramos llamar, sigue existiendo, lo mejor es alejarnos de ella.
Hay que partir de que la vida es un aprendizaje continuo. Que lo que nos ha pasado es una lección amarga, pero al fin y al cabo, una lección. Hay que aprender a aceptar el pasado, que no nos condicione el presente, ni determine el futuro.
Una buena opción es mirar hacia delante. Dejarnos sorprender por la vida. Conocer nuevas personas, descubrir nuevas aficiones que nos satisfagan, plantearnos nuevos retos que nos ilusionen. Pero sin dejarnos la vida en ello, lo primero es sentirnos bien.
Durante la depresión hemos pensado mucho. Tal vez demasiado. Es momento de actuar. De hacer cosas. De disfrutar. De vivir.
En los casos más críticos, el psiquiatra los afronta recetando un tratamiento a base de antidepresivos y ansiolíticos. En algunos enfermos, el tratamiento les acompaña durante bastante tiempo. Es vital tomárselo, con ello se consigue estabilizar los neurotransmisores. Es normal que algunos de ellos tengan efectos secundarios, como una bajada de energía por la tarde. Da igual, hay que aceptarlos. Integrarlos en nuestra vida como otros hábitos que tenemos, como puede ser lavarse los dientes o desayunar. No por tomar medicamentos tienes una vida diferente a los demás.
La depresión es una enfermedad mental muy grave y ante los primeros síntomas es crucial ponerse en manos de psiquiatras y psicólogos para superarla. Si no es depresión y es otra cosa, ellos nos sacarán de dudas.